domingo, 3 de julio de 2011

Flora.. "LA MUTISIA"



Especie:Mutisia subulata Ruiz & Pav.
Familia:  Asteraceae  
Orden:  Asterales
Nombre patagónico:  Flor de la granada , Clavel del campo

Contada o creencia

No haber escuchado el augurio anunciado por tres gritos alarmanes emitidos por el pun triuque o "chimango de la noche", es el motivo de viso mágico que da origen a la contada aborigen sobre la flor mutisia, llamada quiñilhue por los mapuches del Neuquén. Corresponde el acervo folclórico del Parque Lanín y ha sido recogida de labios de Alfredo Namuncurá por la señora Berta de Koessler de San Martín de los Andes, Provincia del Neuquén.

Duerme la grey en lo profundo de la noche. La machi o echicera de la tribu vela. Cuida la sangre sagrada del animal sacrificado junto al rehue o ara, en la rogativa del nguillatún.

De pronto el silencio se interrumpe por el graznido del pun triuque que lanza su grito de alerta. La machi sabe que este grito es signo de mal presagio para aquellos que traman algo malo entre las sombras. Se estremece y sobresalta. Sin embargo, nada decide por de pronto. Espera. Mientras sus ojos se esfuerzan en un intento de traspasar las tinieblas, oye un ruido sospecoso. Es la hija querida del cacique que se escapa furtivamente con un joven que es nada menos que el hijo del cacique de la tribu enemiga, con la que poco antes la suya había combatido a muerte, sin apagarse el rencor. Fue éste el peligroso suceso anunciado por el pájaro agorero.
La machi entiende que esa fuga, a pesar del lúgubre vaticinio del ave, merece un condigno castigo, pero resuelve exponer primeramente el caso al Pillán o deidad de su devoción. En su invocación le pregunta:
-¿Debo o no dar parte del rapto al padre de la niña?
Como el Pillán le respondiera que si, la machi acude al toldo del cacique y le delata la fuga de su hija. ¡Nunca lo hubiera echo!..¡Por segunda vez se oye la voz alarmante del pun triuque!..
Furibundo, el cacique ordena la búsqueda y captura de los prófugos. Estos muy pronto son apresados y traídos a presencia del cacique y la tribu. Inmediatamente son juzgados y condenados. De nada les vale alegar que ambos se habían dejado llevar por un impulso irresistible y que desaban casarse a la usanza de la tribu.Es inútil. No participar del odio y rencor que ésta mantiene con la enemiga, es un grave delito que exige un ejemplar castigo. Se dispone quitarles la vida. Ante esta sentencia que no admite apelación, el pun triuque grita por tercera vez pero en forma tan aflictiva y doliente, que parece una humana imploración. Sin embargo nadie repara en el fatídico anuncio.

Los jóvenes son maniatados y expuestos desnudos a la befa y vituperio de la turba que con lanzas y machetes les inflingen la más horrible de las muertes. Sus hermosos cuerpos, dignos de las alabanzas de los dioses, son reducidos a piltrafas sangranes que se dispiersan para alimento de los perros, pues ni sepultura se les concede.

A la mañana siguientes, los ejecutores de tan bárbaro crimen se asombraron ante un echo extraordinario. En el lugar del suplicio y ejecución de los jóvenes amantes, habian nacido flores de plantas nunca vistas hasta entonces. Eran unas hermosas flores circulares, parecidas a margaritas, pero de largos pétalos carnosos de color rojo, que espandían su tersura hacia el sol al que parecían reclamarle un rayo de ternura "¡Quiñilhue! ¡Quiñilhue!...", exclamaron aterrorizados los primeros que las vieron y Quiñilhue les quedó como nombre.

Las flores eran producidas por una enredadera que se abrazaba a los árboles y arbustos, tal cual se abrazara la infortunada pareja cuando el cacique la expuso al escarnio de la ribu.

Desde entonces los mapuches avergonzados y arrepentidos, empezaron a venerar la flor Quiñilhue, llamada Mutisia por los huincas u hombres blancos. Estos ignoran que ella recuerda un martirio impuesto por hombres injustos en la tierra; pero las almas representadas por la flor de pétalos bermejos amparadas por Futa Chao en el país del cielo, seguirán amándose felices más allá del trance que llamamos muerte.

Recopilado por: Don Gregorio Álvarez, 1968.





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